Desenterrando al 'Napoléon' egipcio
Un ejército de
obreros, uniformados con galabiya (túnica) y turbante, surge repentinamente en
el margen derecho de la carretera que bordea los campos verdes y las arenas del
desierto camino del Valle de los Reyes. Es media mañana y la tropa se
desparrama por las ruinas del templo funerario de Tutmosis III (1490/68-1436
a.C.), el faraón más grande de todos los tiempos. Algunas cuadrillas horadan el
suelo del recinto en busca de nuevos hallazgos. Otras, en cambio, acomodan
bloques de adobe sobre las malheridas tapias del complejo.
Todos, desde el
capataz más avezado al peón más bisoño, rinden cuentas a Myriam Seco, la
egiptóloga española que codirige desde 2008 la tarea titánica de recuperar el
templo del Napoleón de Egipto 70 años después de las primeras y superficiales
exploraciones llevadas a cabo por tres reputados arqueólogos europeos. A punto
de concluir la sexta campaña, Seco reconoce que es capaz de ver la grandeza
extraviada donde el ojo neófito solo halla restos. "Después de dedicarle
tantas horas de trabajo te lo imaginas remontado. Con tres terrazas de grandes
dimensiones y unos muros de adobe monumentales y encalados", relata a EL
MUNDO la arqueóloga sevillana.
La labor de estas
seis temporadas es fácilmente perceptible desde la carretera que cruza el
primer patio. Más aún si se recurre a la fototeca. Las instantáneas del lugar
tomadas hace una década muestran el perímetro sepultado bajo un manto de tierra
y sitiado por las construcciones ilegales. "Estaba totalmente cubierto de
arena. Era muy prometedor porque había permanecido abandonado durante siete
décadas", recuerda Seco. El equipo ha retirado la capa de polvo y las
autoridades han derribado la mayoría de las viviendas cercanas. Pero la misión
de rescatar el templo de Millones de Años (como se denomina a los templos
funerarios del Imperio Nuevo) dedicado a Tutmosis III ha superado cualquier
expectativa. "Se ha triplicado el potencial inicial», asegura la
codirectora de un proyecto financiado por el Banco Santander, la Fundación
Botín y la compañía mexicana Cemex.
El pronóstico,
incluso el más prometedor, saltó por los aires desde el minuto cero. "Al
empezar a trabajar encontramos un almacén con más de 2.000 fragmentos de las
paredes del templo. Fue como dar con un tesoro", señala Seco, decidida a
ampliar los trabajos efectuados en el recinto a finales del siglo XIX y
principios del XX por los egiptólogos Daressy, Weigall y Ricke. "Fueron
pequeñas campañas. En aquel tiempo se solía excavar parcialmente. El templo
nunca ha sido cavado en su totalidad. Ése era nuestro objetivo", detalla
la mudira (directora, en árabe), como la llaman los 130 obreros que trabajan en
una campaña que comenzó a principios de octubre y se clausura el lunes 30. Unos
30 especialistas de cinco nacionalidades completan la plantilla.
Bajo el sol suave
de diciembre, el templo deja ver con precisión sus límites. Por si acaso, Seco
dibuja el mapa del reciento sobre la arena. "Son 100 metros de fachada y
150 metros de largo", explica. Sus muros de 5 metros de ancho y 12 metros
de altura encierran un recinto varado en la frontera de dos paisajes opuestos:
las tres terrazas construidas a diferentes niveles fueron horadadas en la
montaña árida de la orilla occidental de Luxor, la antigua Tebas, mientras que
el primer pilón (separado hoy del complejo por la carretera) se asienta sobre
la fértil tierra del Nilo.
"Es un templo
diferente al resto de los de Millones de Años, aunque presenta similitudes con
el de Hatshepsut al tener tres terrazas y estar dedicado a Amón y Hathor",
dice Seco. Una rampa principal, plantada en el centro del templo, conducía al
recién llegado hasta un pórtico salpicado por una decena de pilares,
probablemente decorados con estatuas osiríacas del faraón. Y, unos metros más
adentro, el peristilo (un patio descubierto rodeado de columnas) se extendía
hasta la sala hipóstila y al fondo el santuario, con una capilla consagrada a
la Barca de Amón; otras dos capillas al norte y una al sur. "Debió ser una
auténtica maravilla", esboza el egiptólogo y miembro del proyecto Javier
Martínez Babón, profesor de la Escuela de Egiptología del Museo Egipcio de
Barcelona. "Hemos hallado inscripciones y relieves con una policromía que
parecen haber sido pintados ayer".
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